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jueves, 30 de julio de 2009

El Siglo Nuevo

En el año ’39 la humanidad estaba en el borde del abismo. Los siglos de contaminación habían causado que los casquetes polares retrocedieran. El derretimiento de los polos, en conjunto con la superpoblación, fue de a poco agotando las tierras del mundo. Habíamos hecho un uso muy irresponsable de los recursos del planeta, a tal punto que cuando nos dimos cuenta, ya era demasiado tarde.

Como varias ciudades costeras habían desaparecido por el acercamiento de las costas, las grandes poblaciones urbanas se habían concentrado en una sola megalópolis, Furiópolis. Cuando llegaron los días más críticos, las Naciones Unidas solicitaron la aplicación de un Plan “B” para la humanidad. El plan era enviar una tripulación voluntaria al espacio en busca de mundos habitables, y así empieza esta historia.

John Farrokh era un navegante. En un planeta cubierto casi enteramente por agua, saber manejar una nave era esencial. Destacaba en sus habilidades, se sabía que había rodeado el globo aún al averiarse su computadora, guiándose solo con las estrellas, en solo 80 días.

A pesar de su enorme habilidad, John estaba en una situación económica muy inestable. El mundo estaba cada vez más pobre y para él era muy difícil poder mantener a su esposa y su hijo.

El gobierno era conciente de ambas cosas y le ofrecieron nada menos que dirigir la misión, siendo así el capitán de la nave. Además de una paga bastante generosa, se comprometieron a mantener a toda su familia hasta que regrese.

John lo discutió con su Rosie, su mujer. Ninguno quería separarse, se querían demasiado. John debió convencerla de que era lo mejor para todos, además, solo sería por un año, como máximo. John sabía navegar como un genio, pero no sabía física.

La nave Solm-Rem estaba preparada para viajar a más de una novena parte de la velocidad de la luz y mantenerse en vuelo por más de un año. Para compensar, solo podía albergar a menos de 40 tripulantes y sus sistemas de navegación eran tan deficientes que requerían de los mejores pilotos del mundo. Ni John podría manejarla solo.

De los 40 tripulantes necesarios, solo 20 accedieron a la oportunidad. Todos sabían los riesgos que presentaba lanzarse al espacio, si habían aceptado el trabajo es porque la Tierra no les daba una mejor opción. Finalmente, en Octubre del ’39, Solm-Rem zarpó hacia el cielo azul.

Meses de viaje pasó John recorriendo los mares de la Vía Láctea. En ese tiempo se dio a conocer con su tripulación. No eran hombres cobardes que huían de la Tierra, como él creía. Como él, eran hombres valientes que estaban dispuestos a dejar todo atrás por un bien mayor. Todos menos uno.

Zeta Bommi era un piloto de taxi, cosa que no es fácil en la ciudad enormemente poblada. Era huérfano de padre y hacía unos 8 meses su madre había muerto en un accidente. Un fatídico día, su aeromóvil se arruinó y al no tener trabajo, y por consiguiente tampoco dinero, su novia lo había dejado. Luego de eso, se unió a la tripulación.

Zeta y John debían pilotear juntos la nave y llegaron a ser buenos amigos. Tenían prácticamente la misma edad y los mismos intereses de música y deportes. Antes habían vivido vidas distintas, pero dentro de la nave eso no importaba, tenían su propio mundo ahora, su propia vida para conocerse y ser amigos.

Eran muy parecidos, excepto a la hora de dormir. John soñaba hacia atrás, soñaba con la Tierra, soñaba con Rosie. Ella había prometido escribirle cartas cada mes. Era una costumbre que tenían, John había dicho que, durante los viajes, sus cartas le curaban la soledad y lo acercaban a casa. Claro que por la distancia, solo podría ver las cartas cuando volviera, o cuando soñara.

Zeta soñaba para adelante, soñaba con el mundo que iban a descubrir. Zeta no dejó nada atrás porque no tenía nada que dejar. Nadie lo vio partir, y nadie lo esperaba. En el fondo, no quería volver a la Tierra.

En marzo, la tripulación se maravilló de encontrar, luego de tanto vacío, un lugar en el espacio. Un mundo fresco, lleno de agua, tierra y aire. Se parecía a la Tierra, 100 años antes. Zeta, al verlo, juró que en cuanto pudiera volvería y su amigo John se lo aseguró, dejándolo ser el próximo capitán de Solm-Rem, luego de volver a la Tierra, y a Rosie.

Fijadas las coordenadas, volvieron a la Tierra. Medio año después, se encontraron con un mundo gris, donde las aguas habían crecido aún más. No parecía ya la Tierra que ellos conocían, porque no lo era.

Creían que llegarían en Octubre del ’40, pero seguía siendo el año ’39, de un nuevo siglo. Al viajar tan cerca de la luz, el tiempo se expande para el observador. Ellos eran solo un año más viejos, pero la Tierra había vivido 100.

Ana Farrokh vio llegar a su bisabuelo en la misma nave en que Rosie lo había visto partir. Tenía en su mirada los ojos de su bisabuela, que habían llorado por él. John descubrió que no había nadie esperando por él, ese ya no era su planeta. Ni todas las cartas podían curar eso, solo quizás las manos de Rosie.

Zeta descubrió en la Tierra el mundo de sus sueños. Se fue por una mujer y al volver encontró otra. Ana encontró con su antepasado, sin saberlo al principio, a su futuro esposo. Fue él entonces quien decidió quedarse en su mundo y John quien volvió al espacio a buscar su lugar.

La humanidad por su lado encontró un nuevo hogar en el planeta distante. Un mundo que costó un amor por otro amor y un siglo por 12 meses. Y ahora, John Bommi viaja hacia allá escribiendo esta historia, la historia sobre porque su tatarabuelo y su padre tiene la misma edad. La historia del año ’39.
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(Contando desde las 18:14 del 3 de mayo de 2010...un poco tarde)