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martes, 31 de agosto de 2010

Noches de Luz y Sangre

Era de noche, una noche muy oscura, sin luna. En el campamento, ya estaban durmiendo. Ilion se acercó cauteloso a la choza. Entro por la ventana y ahí estaba ella. Dormía tranquila en su cama, con un rostro placido que lo volvía loco. Por que él solo podía pensar al verla en todo lo que había pasado para llegar ahí. Eso recuerdos le traían sensaciones y emociones que nunca lo dejarían dormir como ella hacía.

La primera vez que la vio, no había sido hace mucho tiempo atrás. En la ronda nocturna, unos dos meses atrás. Esa noche salió a una ronda de rutina, para buscar algo útil entre las ruinas de la antigua ciudad. Una noche que nunca será olvidada.

Años después de la Gran Guerra, la alguna vez gloriosa Ciudad de Zentopía había sido finalmente conquistada por nuevos invasores en un ataque sorpresa. Luego de una sangrienta batalla, la ciudad se redujo a ruinas y ceniza y sus habitantes fueron asesinados o esclavizados. Todo se había perdido de esa gran civilización, todo salvo Cornejo.

El Capitán Cornejo y sus hombres se refugiaron en una base secreta, en una de las varias cuevas tras la ladera de las montañas, enterrada y oculta. Desde el final de la guerra, su vida consistía en sobrevivir, escondiéndose de los invasores y subsistiendo de los restos entre los escombros.

Ilion estaba ya acostumbrado a ese tipo de vida en esa jaula subterránea aunque no la consideraba natural. Sabía que, a pesar de todo, nada de lo que hiciera podía cambiar la situación. No era el estado normal de las cosas, pero ya no se sorprendía.

Nunca había ido solo afuera, pero como ya estaba acostumbrado, no le sorprendió que Cornejo se lo pidiera y no dijo nada. La salida, y entrada, de la base era por la ladera de los montes. Era una noche con luna llena, había suficiente luz.

Se acercó peligrosamente a un campamento de esclavos. No debía hacerlo, esas zonas siempre están vigiladas. Aún así, se acercó porque creyó ver algo tirado entre los restos de una calle cerca de ahí, una figura blanca. No es fácil encontrar algo blanco en una ciudad consumida por el fuego.

Ilion llegó y descubrió con sorpresa el cuerpo de una mujer que yacía en el suelo. Se acercó para revisar si estaba viva, notó que aún respiraba y que sus muñecas tenías las marcas de haber usado esposas. Era una esclava que intentaba escapar y le estaba yendo muy bien, pues no la habían seguido. Pero el mejor detalle de su escape fue encontrarse con Ilion.

La cargó sobre su espalda y la llevó a la base. En principio, no fue bien visto por sus compañeros, después de todo, no había traído comida, pero Cornejo la recibió mejor. Le ordenó darle la introducción.

-¿Cuál es tu nombre?- Preguntó Ilion.
- Me llamo Helena, ¿donde estoy? ¿Me atraparon?- Respondió la muchacha. El miedo y los nervios resaltaban la palidez de su piel y su figura temblorosa.
-No –respondió sonriente Ilion- todo lo contrario, estás en “El Agujero”, nuestra base rebelde. Somos un grupo de oficiales libres del dominio invasor.

Helena sonrió débilmente y dejó de temblar. Sus ojos empezaron a brillar mientras Ilion proseguía con la explicación, pero ella seguía con la expresión desde la primera frase. Eventualmente, la calma y felicidad de sus ojos contagiaron a Ilion. El proceso había comenzado.

Tuvieron que pasar varios meses antes de que Helena se ganara la confianza del grupo. Pero ella llegó a ser un verdadero miembro activo de la resistencia. Había aprendido rápido las reglas y desempeñaba sus órdenes con gran eficiencia. Finalmente, la acogieron como una igual o quizás más. Cornejo empezó a tratarla como una hija y con Ilion llegaron a tratarse mucho mejor.

Helena era muy conversadora con todos. Una vez, estuvo hablando largo rato con Ilion, por que él se animó a contarle lo que no le decía a nadie.

-Yo no viví la guerra- le dijo una vez que estaban solos en el comedor.
-¿Cómo es eso?- Preguntó muy curiosa.
-Un par de meses antes de la Invasión, yo decidí hacer un viaje. Tomé un bote y viajé al sur a un pueblo de marineros. Cuando llegó conocí a un amigo que me invitó un trago y terminó acusándome de ser un ladrón de botes. Así que estuve dos meses en una prisión. Cuando volví, encontré la ciudad destruida. Por suerte, Cornejo me encontró y me llevó al Agujero.
-¿Por qué decidiste irte?- Preguntó Helena después de un largo e incomodo silencio.
-Porque me llegó una señal, me llegó una carta para enlistarme en el ejército y supe que tenía que irme.-Ilion se pausó y dijo en voz baja -Esas cartas marcaron mi vida…
-¿Por qué marcaron tu vida?- Preguntó Helena de inmediato.
-Mi familia venimos de Invadria. Cuando vivíamos ahí, de chico, llamaron a mi padre a combatir Él se enlistó para la Gran Guerra y desapareció en combate. Por eso con mi madre y mi hermano nos exiliamos a Zentopía. Pero la Guerra se extendió hasta acá y llamaron a combate a mi hermano que era mayor, y también murió. No iba a cometer el mismo error que ellos.

Helena lo escuchó de principio a fin con mucha atención. Incluso lo acariciaba y lo consolaba cuando mencionó la tragedia de su familia. A él le gustó mucho, nunca nadie la prestaba tanta atención o tanto cariño. Entonces decidió mostrarle el también un poco de afecto. Ella entonces se acercó a su oreja y le susurró: “Te quiero”. Ya estaba todo hecho.

De ahí en adelante la vida de Ilion comenzó a ser cada vez mejor, o más bien comenzó a apreciar. De hecho, había sido designado Segundo al Mando antes de hablar con Helena, pero solo después supo estar contento por eso. Ese cargo le permitía programar algunas misiones a la superficie, y podía elegir ir con Helena.

Una noche, poco después, en una ronda con Helena, Cornejo murió. Luego de eso, Ilion debió tomar su lugar, en medio del luto que compartían sus compañeros. Nadie lo miraba ya de la misma manera, había mucha desconfianza.

Aún así, las misiones al exterior tenían que realizarse, aunque lo demás no quisieran cooperar. Helena entonces le sugirió ir solo a la superficie. Era una idea perfecta, según Ilion.

Nuevamente debajo, Ilion descubrió horrorizado que la base había sido irrumpida. Vio aterrorizado los cadáveres ensangrentados de sus compañeros. Estaba desesperado, mientras más buscaba más muertos encontraba. No había rastros de nadie, no había rastros de Helena. Comenzó a gritar su nombre mientras corría por la base.

-Acá estoy- Dijo Helena intacta desde el comedor
-¿Qué pasó?- Preguntó extrañado Ilion.
-Lo lamento, venimos planeando esto desde antes de conocerte. Era mi misión, desde la Invasión sabíamos que habría una resistencia.
-No puede ser...- expresó Ilion entendiendo la naturaleza del asunto. Miró a Helena con ojos profundos y cuando vio en sus ojos sintió una potente frustración, de una traición que valía por muchas.
-No tiene nada que ver con nosotros, este era solamente un trabajo, infiltrarme y destruirlos. Pero no pude, no a todos. Por eso te pedí que salieras solo. Te quiero, y lo único que puedo hacer es mantenerte vivo- lloraba- huí lejos, al pueblo de los marinero.

Ilion no tuvo que pensarlo demasiado. No se despidió, simplemente le dio la espalda y se fue. Cruzó otra vez las montañas como había hecho casi un año atrás. Allí estaba el río. Tomó un bote y zarpo al sur, hacia el pueblo de marineros, con el corazón hecho pedazos.

Esta vez, no lo encerraron, de hecho, ni siquiera consiguió alojamiento. Debió pasar la noche en las afueras del pueblo. Y en la penumbra, casi a la mitad de la noche, pudo ver a los ejércitos invasores entrando desde el norte, asesinando a los pueblerinos a su paso y destruyendo los edificios, tal como, según contaban sus amigos en el agujero, habían entrado a Zentopía. Y huyó de allí, fuera del pueblo.

El horror que sintió al verlos entrar, auque había escapado de ellos, era similar a la desesperación de estar en la celda del cuartel. No importa a donde fuera, lo seguían esas bestias y con ellas la muerte y la destrucción. Pero no venían solos.

En la afueras del pueblo, más allá de la batalla, había un pequeño campamento. Por los colores y las formas de las carpas supo que era de los invasores. Desde lejos la vio, a Helena, entrar en una choza para no salir.

A la noche siguiente se escabullo silencioso, sin que lo vieran, como se fuera una misión en el exterior, hasta su casa. La encontró placidamente dormida, sin preocupaciones, sin culpa. Se agazapó sobre ella, agarrando su boca para que no hable y presionando su cuello, para que no grite.

Era la oportunidad perfecta para vengarse, pero no lo hizo, esperó. Se quedó quieto con su cuello entre las manos, mientras ella de a poco se iba calmando, al notar que no pasaba nada.

-¿Por qué?- preguntó tajantemente, sabiendo que así resumiría otras tantas preguntas.
- ya te dije, no fue mi decisión- dijo entrecortada, recuperando el aire mientras él liberaba su boca.- es nuestra naturaleza. Somos un Imperio, vivimos conquistando pueblos. Por lo general mandamos peones a buscarlos, localizarlo y analizar las debilidades, pero en el caso tuyo y de tu rey, ustedes mismos vinieron a nosotros.
-¿No se arrepienten de destruir otras culturas, otras vidas?- dijo enojado.
-¿Te da culpa comer carne?, es parte de tu naturaleza.- Se justificó, sin modificar su expresión y recuperada de aire.
-¡No somos ganado!- gritó, sin elevar demasiado la voz- ¡somos personas, igual que ustedes! ¿No lo ves?
-Evidentemente no son iguales a nosotros, nosotros somos superiores. Su pequeña base no pudo hacer nada. Es así, siempre fue así.
-No…se acaba hoy- dijo Ilion llorando al entender lo que iba a hacer- Quiero que pienses en todas las personas que mataste, o que les causaste la muerte. Voy a demostrarte que son iguales.

Dio un giro rápido, sin soltar la cabeza hasta haber terminado, y el cuerpo cayó al suelo, desplomándose como una sabana. Ya podía partir tranquilo, ella no podría seguirlo más.

Caminó fuera de la choza, por unos momentos, hasta que inevitablemente llegó al río. Pensó que cualquier lugar a donde lo llevara estaría destruido y conquistado, y en parte era su culpa.

En todos los lugares que alguna vez había llamado hogar, eran ahora cenizas pisadas por esclavos. Cornejo soñaba con poder cambiarlo, pero ahora estaba muerto. No podía hacer nada para cambiarlo, “es así, siempre será así”. Supo entonces cual era su verdadera prisión de la que nunca podía salir. No quedaba fuerza en el mundo, ni n el Gran Valle, ni al sur del río o en las costas de Mar que pudiera hacerles frente.

Ese río lo había introducido en esa pesadilla eterna. Se sumergió, nadó hasta el fondo, sin intenciones de salir, hasta que todo empezó a confundirse en la oscuridad. Allí se quedó tranquilo, escabulléndose en la noche sin luna.

1 comentario:

Guido dijo...

Que buen cuento la puta madre ;)

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