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viernes, 21 de enero de 2011

El Diario de John

Recogí el diario de John y abrí en una página al azar, más precizamente en el comienzo. Escrito mucho más prolijo de lo que él suele ser y que el resto del diario. Una única página que decía así:

Otra vez en las reuniones de grupo, otra como tantas otras. Y enfrente de mi, entre otras tantas están otra vez ellas. Ha decir verdad, nunca habían estado ellas dos jutas, ni en estos lugares, no deberían. No es de los espacios que compartimos, pero el mundo se hizo y se hace cada vez más chico desde que las conozco. Y, en efecto, ahí están.

Ambas están en frente, Cristina y Lenina no están paradas una al lado de la otra, pero están separadas por personajes tan indistintos que no presto al espacio en medio. Me fijo especialmente en lo que dicen y lo que haces. No, ojala lo hiciera, presto especial atención a sus rostros, sus ojos y sus sonrisas. La silueta de los labios en la tez morena de cristina y los ojos grandes y abiertos en la cara pálida de Lenina.

No me fijé en mis compañeros de grupo. Somos dos hileras de personas enfrentadas, la idea es que cada uno preste atención a la hilera en frente de uno y no a la gente aledaña. Se de todos modos que Charles y su esposa están de mi lado porque los vi entrar y no los veo enfrente.

Pienso en los malos momentos que pasé solo después de haber pasado buenos momentos junto a Cristina. Pienso en que después Lenina interrumpió esa soledad momentáneamente. Y en solo un momento volví a donde estaba. Lenina y Cristina rompen mi concentración. No debería estar pensando en ellas ni en mí, ni menos en mí con ellas o más bien yo sin ellas. Esa me distrae del propósito que nos reúne.

Las reuniones de grupo para ejercitar la resistencia, la capacidad de control sobre uno mismo. Yo me siento muy inseguro, mucho más con ellas dos en frente. ¿Por qué ellas dos?, ni siquiera se conocen. Están felices y contentas, como siempre. Su felicidad inspira confianza. Esa confianza en si mismas, esa tranquilidad seguridad que poseen tan libremente me inquieta mucho. Me entierra más en la desesperación de los recuerdos de soledad de los cuales sé, esta experiencia formará parte.

Empezamos la rutina parece, no me di cuenta pero ya tiene sus carteles levantados. No leo muy bien, debería prestan atención, para eso estoy. Escucho que los demás, mis compañeros de hilera murmuran, hablan, se ríen, se divierten tanto como ellas dos en la fila de enfrente. No tengo nada que hacer acá, estoy tan fuera de lugar que no sigo la experiencia como debería. Entonces Cristina dice: “Duerman”.

Mi hilera se silencia de golpe. Al mismo tiempo termino de entender lo que está pasando. Nos hipnotizaron a todos. Cuando entiendo que pasó es cuando me pasó a mí. Miro hacia delante, hacia ella y veo un estrépito cambio de color. Colores como los del aceite e el agua remplazan los de la escena que hasta hace solo un segundo concebía de obvia y natural. Como una sinestesia que acompaña el imperativo poderoso recorriendo el espacio y mi cuerpo: “Duerman”. Siento fuere como una ola de mar que impacta sobre mí, un sueño terrible.

Sufro entonces una inmensa desesperación porque pienso las consecuencias de estar bajo el más absoluto de los controles y más aún, a merced de Cristina y de Lenina también que se ríen en el fondo. Tal desesperación es demasiada para mí. Trato de gritar pero se que no sirve. Me trato entonces de mover hacia delante, convenciéndome de mi propia soberanía sobre mi propio ser. Solo, por supuesto. No pienso más en los otros, no tengo la menor intención de liberarlos a ellos, sino de escapar de la posibilidad de ser títere, de darles rienda suela a ellas de ser y hacer uso de mí.

Camino hacia delante tratando de alcanzar la otra hilera de personas, cuyos rostros y figuras se difuminan cada vez más. Me duermo, pero trato de mantenerme despierto, como puedo. No encuentro más fuerza para avanzar que estar convencido de aún no querer. Ese no querer sigue siendo mío. Razono que si tengo voluntad de desobedecer la orden, tengo poder por sobre la orden.

Si no soy lo que dicen que sea, si me pongo en contra, entonces tal cosa no existe como fuerza porque no puede someter mi voluntad. Así, solo por saberlo, me libero del sopor del sueño, camino con firmeza hacia delante y también vuelvo a ver con claridad. Veo a Cristina y Lenina preocupadas. Su preocupación me da confianza para avanzar, potencia mi libertad. Consigo finalmente arrancarles de sus manos los carteles. Y los rompo en varios pedazos hasta que son ilegibles. Lenina me dice: “Despierten”.

Abro los ojos y descubro que estoy parado en mi hilera. Siento como voy despertando de un sueño largo y así veo que estoy parado en mi hilera de vuelta, con mis compañeros a mis costados. Frente mío está la hilera de Cristina y de Lenina, que se han cambiado de lugar, sus espacios en medio también. Las ventanas evidencian que ya es el atardecer y que estuve dormido un largo rato. Otra experiencia más.

1 comentario:

el pimp dijo...

muy bonito cuento. me gustó mucho cómo describías a las churras, parecen muy reales.

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