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viernes, 15 de mayo de 2009

Imperio Xeneize

(El Vaticano es un país donde el Estado y la Religión son una sola autoridad. ¿Que pasaría en la Argentina? ¿Que actividad social tiene tanta injerencia como la política? La respuesta me vino en un sueño)


Lionél cerró la puerta. Él y los otros diez ya se habían puesto los uniformes de River y habíamos encadenado a los actores. Mis pibes tomaríamos sus lugares en la función. El ultimo súper clásico. Pero mi misión, para que todo se cumpla, era ir por Riquesi.


Todo comenzó en el Torneo Clausura de 2029. “El Gato” Fernando metió el último gol del partido, y la selección ganó abrasadoramente, 70-0 contra River Plate. Pero el premio que recibió fue más que la simple copa. El club se adueñó del país.


Había una apuesta secreta, entre los dueños de ambos clubes, incluido Fabio Baragas, el ahora Jefe de Gobierno de Bombosaires. La selección pasó a ser finalmente, tras las sombras, dueña de todos los clubes de la capital.


No estoy seguro de que pasó después. No hay registros claros de cómo llegamos a la Fútbocracia. Lo que ocurrió es que todos los medios de información estaban pendientes de los partidos que jugaba Boca Juniors cada semana.


Recuerdo que todo el mundo se hizo hincha de Boca en esa época. Mis viejos eran cuervos, pero cuando el equipo perdió 6-0 nos afiliamos todos. Yo tenía 12 años más o menos.


El golpe de gracia fue en 2035, cuando el D.T. Juan Riquesi se presentó a las elecciones presidenciales. Los debates en televisión eran risibles. El justicialismo o el radicalismo no podían hacerle frente a la pasión. Es que los políticos bosteros no necesitaban un argumento para ser elegidos, siempre que Boca siguiera ganando.


Boca no paraba de ganar. Ganaba siempre, en todos los partidos y siempre por una diferencia extraordinaria. No recuerdo que un equipo le haya hecho más de un gol nunca. Pero quizás si hubiera pasado, si hubieran metido un gol, no serían las cosas como son hoy.


Después vino la masacre. El gobierno reemplazó la policía federal y al ejercito por la barra-brava y dio la orden. Primero fueron por los hinchas de River, que ya sufrían la terrible xenofobia de los medios.


Después contra cualquiera que usara la bandera roja-blanca en la calle. Finalmente 30.000 hinchas de uno u otro equipo murieron a manos del gobierno. Otra vez. Ahí fue cuando vinieron a mi casa, vinieron por mis viejos. Nunca los volví a ver, seguramente los mandaron a fusilar, como al resto.


A mi me mandaron a entrenar. En las jaulas de la mega-bombonera jugábamos al fútbol 12 horas al día. Ahí iban todos los jóvenes de entre 12 y 21 años. Querían convertirnos en el nuevo equipo, en la nueva selección. Eran muy estrictos, si le errabas al penal, te dejaban sin comer todo el día.


Los domingos nos mandaban a misa, es decir, nos hacían ver el partido. Siempre era lo mismo. Un comentarista gritaba “Gol de Boca” efusivamente cada 10 o 20 minutos. El resto eran tipos corriendo. De vez en cuando también nos hacían cantar el “Diego Nuestro


Me dejaron en libertad a los 21, no califiqué para ser de la selección, ellos pensaban que no tenía lo necesario para participar en un partido, pero que podía seguir siendo un Hincha Oficial (no podían estar más equivocados). Estaba feliz de ser libre, pero la libertad se parecía a la prisión.


No había forma de escapar, el daño ya estaba hecho. Le habían cambiado el nombre a las ciudades, a las provincias, a las calles, al país. Habían cambiado los libros de historia. La gente iba con la camiseta de Boca por la calle. Llegué a escuchar “Boca estuvo siempre, como el cielo azul y con el sol amarillo”.


Pero lo peor era que la gente por si sola parecía tomar como normal la situación. No recuerdo bien, pero creo que antes de todo esto también se le daba tanta importancia al fútbol. Creía que ya era irreversible y por mucho tiempo no hice nada.


Una noche caminaba cerca de las ruinas del Monumental, y vi a un pibe de unos 13 años tarareando una canción. Al principio no la reconocí, pero me parecía familiar. Me acerqué a él. Entonces escuché claramente “Vamo’ el ciclón, vamo’ a ganar”.


Me acerqué corriendo y él corrió despavorido. Y claro, pensaba que era un barra-brava. Y de mis labios salieron esas dulces notas de mi padre “¡San-lo-renzo, San-Lo-renzo!”.


El pobre chico me acogió en sui hogar al saber que éramos los dos cuervos. Entre las ruinas perdidas del Congreso, destruido por tener los colores de Bandfield. Ahí conocí a sus 10 hermanos y supe que el destino nos había juntado. Era Lionél, llamado así por un procer de sus padres.


Estuvimos entrenando 5 años para ese día. Ya estábamos listos, los hermanos de Lionél estaban entrando a la cancha para el segundo tiempo, jugarían el partido de su vida. Yo, por mi lado, entré al palco de Riquesi.


Se cerraron las puertas y comenzó el partido y terminó el imperio. Lionél metió la pelota en el arco las 5 veces que fueron necesarias, la selección, sin entrenar desde hace décadas, fue rotundamente vencida sin hacer ni un gol.


Yo por mi parte y en el momento justo, le di cinco apuñaladas a Riquesi en el abdomen. El cadáver gordo y viejo no opuso resistencia. Así calló el Imperio Xeneize, igual que como surgió, con un relator gritando:

“¡Gooooool!”


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