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miércoles, 29 de abril de 2009

1994

(25 años y 25 días después de que el valiente hijo de George Orwell comenzara su diario, yo le dedico este cuento, como tributo)

Era una cálida mañana de Diciembre y José caminaba por las calles de Madrid, la mayor ciudad del NeoSoviet 1. Iba en camino a su casa en las mansiones rojas, donde vivían los miembros del Partido Grande. José subía por el ascensor, para llegar a su apartamento y en todo el recorrido debía soportar la intimidante imagen del Compañero, con sos grandes ojos negros siguiendo el recorrido, como la Mona Lisa.

Finalmente, José entró a su casa y cerró la puerta. En el acto hizo una pausa. Su conciencia estaba narrando lo hechos mientras el los efectuaba, hasta que llegó a “entro en mi casa”. “mi casa”, repitió aún con la mano en la llave, “¿mi casa?”. En ese momento el Tansivir del comedor comenzó a tocar musía clásica, casi instantáneamente.

José siguió moviéndose normalmente por la casa hasta su cocina, donde retiró de la heladera la botella reglamentaria de leche y se sirvió en su vaso racionado. Pero lejos de su expresión indistinta y de su accionar corriente, dentro tenía una gran inquietud. La inquietud era si esa era realmente su casa.

Si esa era realmente su casa, entonces le pertenecía y por tanto podía hacer con ella lo que quiera. Pero claro que eso no era posible, para eso estaba el Transivir. Si uno hacía algo que fuera en contra de los principios democráticos del Neobolchevismo, estaba condenado a un castigo inimaginable.

Entonces fue cuando José descubrió por primera vez en su vida, que nada le pertenecía. Esa no era su casa donde vivía, ni era su ropa la que usaba, ni su leche la que tomaba (de hecho, posiblemente no fuese siquiera leche), ni era su vida la que estaba viviendo. Era la vida del partido, impuesta a él por el Neobolchevismo o más bien por la obligación de cumplirlo. Ante esto, José hizo acto del principio más importante, Cogiter y trató de ignorar sus propias ideas.

A la mañana siguiente José se levantó temprano como siempre y se dispuso a ir al trabajo, como siempre. José trabajaba en “El Diario”, uno de las cuatro empresas del país junto con “El Hospital” donde se encerraban y torturaban a los delincuentes, “El Mercado”, donde se regulan las raciones de los alimentos y “El Museo” donde se preparaban las estrategias militares.

La labor de José era escribir los artículos de contenido del diario, donde por lo general solo tenía que traducir el discurso semanal del Compañero a alguno de los muchos idiomas de Eurasia. Ese era un trabajo realmente complicado, ya que en el país se hablaban más de 60 lenguas distintas. José mismo hablaba español, el idioma oficial era el esperanto, pero los discursos eran en ruso. Para soportar esta idea se debía aplicar constantemente el Cogiter.

Un militante regular del partido debía realizar el Cogiter al menos 30 veces al día. José ese día debió aplicarlo casi 150 veces. Su trabajo de tener que escuchar los discursos, donde casi toda la información o era tergiversada o simplemente falsa, era un incentivo. Pero lo que realmente le había aumentado la necesidad era lo que había pensado en la entrada de su casa el día anterior. Pero el Cogiter no lo ayudaba a olvidar, todo lo contrario.

Pensaba fuerte “Cogiter…cogiter…cogiter...” y no pudo evitar preguntarse qué era el Cogiter en si mismo, pero el ya lo sabía. Se lo habían enseñado en la escuela, hace ya 40 años. El Cogiter era dejar pasar, ignorar la realidad en si misma, hacer de cuenta que nada pasa. Él creía recordar que había sido un filósofo quien dijo que si uno no piensa en algo, ese algo en cuestión no existe. El partido incentivaba a sus miembros a olvidar lo que consideraban ilógico, no para que desapareciera, si no para que los militantes no lo notaran. O si no…

José miró a su derecha, el Transivir emitía un chillido en el que se distinguía una voz, una voz que le ordenaba: “No se detenga, continúe trabajando Compañero”. José Obedeció y terminó su artículo, firmándolo con las Consignas Supremas del Neobolchevismo:

TODOS SOMOS UNO

AMA A TODOS

NADA ES TODO

La hora de trabajar terminó y estaba por empezar la función semanal. Cada semana en El Diario llevaban a los militantes a ver una película de 2 minutos donde se narraba la historia oficial. La historia oficial no era más que un cuento para niños en que un niño de entre las villas miseria (uno distinto cada semana) se enlistaba para pelear en el frente contra el país enemigo y luego volvía a su casa convertido en un orgullosos miembro del Partido Chico.

Cuando la Película era exhibida todos rompían en llanto, porque les recordaba o debía recordarles a su propia historia. Todos nacían en las villas miseria, todos trabajaban duro y todos querían ser del Partido Chico (los más ricos del país). José sabía eso y disfrutaba mucho de ver la película, hasta ese día. El día anterior había comprendido que seguía siendo pobre, porque nada era realmente suyo. Además, había algo que lo distraía durante la película.

Desde el momento en que el proyector comenzó a rodar, sintió un apretón en la mano. Su primera reacción fue Cogiter, pero no podía seguir, ya eso nada significaba. En cambio el apretón en la mano era algo completamente extraño. Sabía que lo atraparían si miraba directo a su mano, entonces trató de ver de reojo.

Pudo distinguir otra mano agarrando la suya. Tuvo una oportunidad, en la escena donde al muchacho lo golpeaba con un palo un soldado Oceánico y todo el público corría la cabeza para no mirar. Puedo camuflar entonces el gesto de mirar a su costado y distinguir una muchacha rubia que se inclinó hacia él. Y en una mínima fracción de segundo, José vio el guiño de ojo que la joven muchacha le estaba otorgando.

José no podía entender lo que estaba ocurriendo, pero no podía hacer nada más que seguir viendo la película y nunca volver a ver a la muchacha. Se fue a su casa, una vez terminada la función e intentó Cogiter hasta que le dio jaqueca, pero no pudo olvidar el rostro de la muchacha, el apretón de manos y el guiño de ojo.

Sabía que estaba perdido, sabía que si estaba pensaba en esta muchacha en lugar de olvidarla, eventualmente cometería un Actuluntad, el crimen supremo: Salirse de la rutina, pensar más allá del Neobolchevismo y/o faltar en el trabajo. Él sabía que lo que había hecho en la puerta de su casa también era un principio de Actuluntad, pero no lo había notado hasta ahora.

José estaba desesperado, no podía sacarse de la cabeza el rostro de la muchacha. Aunque ese guiño no había sido prácticamente nada, solo un instante, pero también invadía todos sus pensamientos. No conseguía pensar en otra cosa.

Sabía que lo mejor que podía hacer era alejarse, así sería menos probable reencontrarse y podría olvidarla tranquilamente. Se entrometió entonces en el tumulto de los militantes saliendo del Diario. Sabía que no debía correr, tenía que pasar desapercibido, solo caminar rápido pero eso era imposible por la cantidad de gente.

Entonces ocurrió el desastre, unos militantes del Partido Chico se habían detenido con sus aeromóviles frente a la salida. El paso se hizo más angosto y la gente se acercó más, demasiado. José sintió otra vez ese tacto delicado pero fuerte en su mano. Sabía que era el final, porque nada en el mundo podía distraerlo o hacerlo olvidar de lo que tenía en frente en ese momento. Nada podía tranquilizarlo, nada excepto una calma voz femenina que decía “No te preocupes, no va a pasar nada”.

Al escuchar estas palabras José dejó de tiritar, ya no sentía miedo, esa voz de fondo lo tranquilizaba, como convenciéndolo de que realmente no iba a pasar nada. Era algo así como el Compañero hablándole a las masas, o al menos como se supone que era tal cosa. José sintió al oír esas palabras emanadas de esa cálida voz, una profunda paz en su vida de huidas y miedo. Estaba realmente sintiendo por primera vez, y le gustaba.

El apretón en las manos se convirtió en un leve tirón. Fue leve porque José no ofreció resistencia. Siguió caminando de la mano de esta muchacha, que lo movía entre las calles de Madrid, evadiendo astutamente los Transivir. Llegaron entonces a la calle Orwell, a pocas cuadras del Hospital.

Rápido…” dijo la joven. Acto seguido se metieron rápidamente en un apartamento. Allí, la muchacha cerró la puerta y se sentó en el suelo. José se sentó junto a ella.

:-¿Quien eres?- preguntó emocionado José.
:-Me llamo Marina, trabajo en El Diario, con tigo, desde hace mucho. No te había notado antes, pero yo se que eres único. Anda, admítelo, yo también soy única, yo he visto la verdad de este país. No somos nada, no tenemos nada. Mira mi casa, por ejemplo, no es mi casa en realidad, es la casa del Partido.

José cayó por un rato. No podía creer lo que estaba oyendo. Era exactamente lo que él pensaba y lo estaba diciendo con total libertad, sin preocuparse por que la atrapen. Miró entonces hacia el Transivir de la habitación que no parecía emitir ningún sonido.

:-¿Qué pasa? ¿No puedes hablar? ¿Es por ese aparato? Despreocúpate, me las he ingeniado para que no nos moleste, le he conectado un pasa-cassette, lo que se ve del otro lado es a mi cocinando y comiendo por horas y horas. Es mi rutina grabada.
:-¿de veras?- se atrevió a decir José- ¿Cómo lo has logrado? ¡O sea que no os observan!
:-Seguro, lo he puesto hace días y sigo aquí, no me han llevado, así que funciona.

José pensó en preguntarle de donde había conseguido tal cosa o mejor aún, si podía prestársela. Pero le interesaba más hablar de otras cosas.
:-Mi nombre es José Pérez, soy un traductor en El Diario, y he llegado a darme cuenta de todo eso que tú dices. Además de otras cosas que he estado pensando. Por ejemplo, lo de las consignas o el Cogiter. Son medios para mantenernos controlados, nos usan como sus títeres, somos casi esclavos. Y ya no quiero seguir así.

Marina asentía sonriente a todo lo que José decía. Ella realmente creía verdad lo que él decía y mientras más sonreía, más lo creía él. Finalmente la muchacha le dijo: Jamás había conocido a alguien como tú, eres realmente único.

Esa expresión fue un disparador que José no pudo resistir. Estaba embriagado por las sensaciones y sentimientos que le causaba esta muchacha y se fundió sobre ella en un beso. Una cosa llevó a la otra y el beso los llevó a la cama.

José despertó al día siguiente en la cama, con Marina a su lado. Pensó en ella todo el tiempo, mientras la miraba dormir. Ella ahora ocupaba sus pensamientos, supo que la amaba. La amaba como nunca había amado a algo alguien antes, sentía que podría hacer cualquier cosa por ella, que la quería más que a todo.

Marina despertó momentos después, se vistió y lo acompañó a la salida. Entes de abrirle la puerta para permitirle salir le dijo:

:-¿Nos volveremos a ver?
:-Nos vemos mañana en mi casa - contestó sin dudarlo.
:-Mejor veámonos en el trabajo, no podremos faltar al Diario.

Ese día José estaba ansioso, solo quería terminar lo antes posible para salir y poder ver a Marina. Trabajó duro, para terminar la encomienda diaria, pero entonces le dieron aún más. Luego de la película José trató de buscarla entre la multitud, pero no había caso, no estaba.

En los días siguientes José siguió esperándola a la salida, incluso trató de recorrer el camino hacia su casa, cerca del Hospital. Pero no daba como ella, no hasta recién en Enero. El día 22 se encontraron otra vez y los inundó la felicidad.

Fueron de nuevo a la casa de Marina, donde compartieron una noche romántica. Luego José se sintió en la necesidad de decirle que la había extrañado y que no quería volver a separarse de ella tanto tiempo. “No hay otra salida, debemos seguir en El Diario, solo así te podré ver”- le dijo. Entonces José le prometió seguir trabajando, y ella aceptó a volverlo a ver. Luego él se fue, ansioso de volver al trabajo para volverla a ver.

José salió entonces del edificio y notó algo raro. Di una vuelta a la calle y descubrió que del otro lado estaban las escaleras de entrada del Hospital. Se quedó duro por unos instantes pensando. Lo habían atrapado, realmente lo habían descubierto cometiendo Actuluntad y lo llevaron al Hospital. Y había sido Marina.

No estaba enojado. No estaba triste, no se sentía defraudado o traicionado. No podía, algo en él había cambiado. Algo le había hecho. Era lo que había pensado esa mañana, que haría cualquier cosa por ella. No podía sacársela de la cabeza y ahora sabía que era quien lo había manipulado. Aún así, no podía evitarlo, la amaba profundamente.

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