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lunes, 30 de marzo de 2009

Golehm

Ketengue miraba el mar desde la orilla. El agua tenía reflejada la luz de la luna llena. Había algo raro con el agua de esa costa. Que no había en ningún otro lado. No era siempre, pero si con la luna llena.

Últimamente, cuando Ketengue se sentaba en la arena de la playa y miraba el agua en las noches de luna llena sentía algo raro. Se parecía a cuando, de niño, estaba solo en la choza y su hermana venía por detrás y lo asustaba. Mirando el agua de esa costa en con la luna llena se ponía muy nervioso. Esperaba que quizás alguien apareciera y lo sorprendiera detrás, pero no su hermana.

Había tenido sueños, en que caminaba solo por la aldea y no había nadie ya. El suelo en los sueños era negro y las chozas estaban destruidas. Y él estaba solo en medio de todo. Quizás en los sueños había gente, pero no se movían. Estaban muertos, enterrados en el suelo negro. Y cuando en su sueño miraba al cielo veía a la Luna llena y escuchaba “Esto pasará”.

Sentía su corazón temblando en el pecho. Era tan fuerte que casi podía escuchar el compás. Metió la mano en el agua, y cuando la sacó vio que la arena estaba negra. Nunca la había visto negra. Y cuando vio que la marea se agitaba pudo escuchar claramente el compás de un tambor, fuerte. Pero era la ceremonia, que estaba empezando. Se fue entonces a la aldea.

La tribu se había juntado en el fogón, en el centro de la aldea. Justamente para celebrar la luna llena, el fin de mes. Bailaron toda la noche, hasta dormirse de cansancio y despertar la mañana siguiente. La tribu era muy jovial siempre, por eso solían celebrar incluso el cambio de mes. Ketengue no conocía a nadie que no bailara durante la ceremonia, nadie estaba preocupado. Solo él estaba preocupado. Quizás también Matuke.

Matuke era el viejo de la aldea. Era arrugado y tosco, como todos los viejos. Pero era tan viejo que casi nunca sonreía y nunca bailaba. Seguro no bailaba porque el cuerpo no lo dejaba. Pero esa noche Matuke ni siquiera había estado en la ceremonia, sentado a un lado, con cara seria, como solía.

Ketengue encontró a Matuke en su choza a la mañana siguiente. Le preguntó porque no había estado en la ceremonia. El viejo no respondió. Y Ketengue se atrevió a preguntar si era por la Luna o por el agua, como él sentía. Le dijo que había escuchado los tambores. El viejo se movió hacia el. Lo tomó de la mano y lo llevó al centro de la aldea.

Matuke manchó sus manos con la ceniza de lo que había sido la fogata y extendió su palma. Ketengue entendió. “Las arenas negras, en el agua” El viejo asintió animado y le indicó que callara. Tomó un leño carbonizado y apuntó hacia el cielo. “¿el cielo? ¡La luna!” exclamó el joven Ketengue. Matuke siguió asintiendo y tomó palabra por primera vez. Señaló hacia arriba una vez más y dijo: “Golehm”. Entonces le mostró el origen de su miedo.

Tomó el leño y lo partió en dos. Una parte la tiró hacia el mar, no muy lejos. La otra la tiró hacia el otro lado. Hacia las montañas. Ketengue lo miró cuidadosamente. El viejo, emocionado por tener alguien que lo comprendiera, comenzó a hacer, con el barro del suelo pequeñas casitas.

“Es la aldea”, murmuró el joven. El viejo entonces tomó de nuevo los dos trozos del leño y los unió. Miró a los ojos a Ketengue. Con una voz leve y asustada dijo solo “Golehm” y aplastó las casitas con el negro madero.

El joven entendió el mensaje. Sentía ya que lo peor estaba por venir. Empezó a pensar en las imágenes de la destrucción de su hogar, como había soñado. Y escuchaba en su cabeza “Esto pasara”. Se levantó para huir. Entonces el viejo gritó, llamándolo desesperado. Ketengue paró su huida y regresó con el viejo. Se sentó junto con él otra vez.

El viejo tomó con fuerza su mano y sacó de sus prendas una pequeña daga de piedra. La puso en sus manos y sin soltarlo, más bien apretándolo con fuerza, la estrelló contra el suelo. El leño negro quedó hecho trizas. Matuke miró a Ketengue a los ojos, entonces el comprendió el mensaje completo. Vendría un Golehm, y tendría que pelear.

El viejo no se detuvo. Tomó la daga de piedra y se levantó. Señaló las montañas de vuelta, y lo señaló a él. Entonces arrojó la daga en esa dirección. Y entendió Ketengue a donde debía ir.

Ketengue viajó de noche. Para que nadie de la tribu supiera que se había ido. Llevó una soga larga, pues sabía que seguramente debería escalar las montañas. Y lo hizo. Y vio lo que nadie de su tribu, excepto quizás Matuke, había conocido nunca.

Del otro lado de la montaña había un claro. Y había otra aldea. La forma de las chozas parecía como las de su tribu, pero estaban cubiertas de telarañas. No vio a nadie más en la aldea. Estaba vacía, desde hace mucho. En la ladera había una choza, más grande que las otras.

Entró a la choza mayor. También vacía, pero vacía de gente. No estaba vacía de cosas. En el centro estaba parada, atada del techo, una lanza de piedra. Ketengue supo que eso era lo que había venido a buscar.

Ketengue vio en el fondo de la choza unas pinturas. Tres pinturas. En una, dos piedras caían del cielo, una en el agua y otra en las montañas. En otra, al lado, unas gentes tallaban la piedra para que tuviera la forma de la lanza. En la tercera, un hombre levantaba la lanza contra una marea negra. Y Ketengue supo que iba a hacer.

Se hizo de noche. Ketengue durmió esa noche en la choza. Y soñó de nuevo. Esta vez, en su sueño, él estaba en la aldea con su familia. Y una sombra negra con forma de hombre salía del agua. Matuke gritaba “¡Golehm!”.Y la gente corría temerosa mientras eran destruidas sus chozas. Por ultimo el monstruo se acercaba a él y le decía “Esto pasará” y él valientemente incrustaba su lanza en el vientre.

Ketengue despertó sin ver el final de su sueño. Recorrió el camino de vuelta a casa. Cuando volvió, ya todos estaban preocupados por él. En su ausencia, Matuke había muerto y lo habían cremado.

Ketengue sabía su destino ahora y pasó noche tras noche frente al agua, esperando la luna llena. En una ocasión, su mujer, Kakuta lo acompañó a la orilla. En un momento, preocupada por su amante le pidió que esa noche regresara a la aldea. En principio quiso aceptar, seducido por su propia lujuria, pero tuvo una visión.

No veía el rostro de su mujer si no el sueño de siempre. El despertaba sin su lanza en el centro de su aldea. Todas las chozas derribadas y la arena negra en el suelo. Pudo ver también los cuerpos muertos de Kakuta y de Matuke. Pero Matuke se levantó y dijo “¿Esto pasara?”.

Ketengue rechazó violentamente a Kakuta, la golpeó y se sentó en la orilla de nuevo. Kakuta se fue entonces. Ketengue no durmió. La noche siguiente era luna llena.

Y la luna llena vino. Ketengue contempló solo como se movían las aguas y como una figura oscura, como la de su sueño salía de ella. Gritó entonces “¡Golehm!” y tomo su lanza. La masa negra se acercó a él rápidamente. Tomó su arma y la incrustó en el vientre de la bestia. Pero el liquido negro rodeó la vara y a su dueño y se los tragó.

Ketengue despertó en el centro de la aldea a la mañana siguiente. La arena era negra y el temió lo peor. Miró que a su alrededor la chozas estaban destruidas y lo cuerpos muertos de la tribu se cernían en los escombros. También el de Kakuta.

Desesperado corrió a la orilla a lavarse la cara, tratando de despertarse de lo que creía otro de sus sueños. Y vio su reflejo en el agua. Y la cara en el agua lo miró y le dijo
Esto pasó

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